Nos
enfrentamos ante una obra que batalla con una búsqueda marcada, un signo de
vida antes de la vida, antes de la persona que se forma en el mundo. Aquí la
palabra composición encierra todo lo que debe significar, engloba un ser, un
cuerpo que corre con el tiempo aguantando en su materia esa pulsión
irrefrenable de crear. Duele y satisface, enloquece, conmueve, destruye las
reglas del mundo porque el mundo quiere que un individuo forme parte de las
reglas del mundo, mientras pasa el tiempo, y los problemas crecen como murallas
para un espíritu que no entiende nada más y no puede hacer nada más que
inventar otro mundo. Un visionario es loco y está solo sin ninguna herramienta
material y técnica. Entonces en este punto indudablemente se deduce algo tan
fantástico como la idea de que todos poseemos todos los conocimientos en
nuestro interior. ¿Verdad o mentira? Esa pregunta es para cada uno de nosotros
que creemos o más bien nos hicieron comprender que la felicidad se aprende, que
la libertad es económica, que el pensamiento se basa en la historia, que
nosotros somos un gobierno, una regla, un sistema civilizado de cordura, un
amor enceguecido, una familia de malabaristas, un error que copia un error más
grande e injusto.
La
obra de Joaquín Barragán se sostiene en muchos puntos que se aúnan en una red
onírica que puede llegar a contener hasta aquellas zonas que ni el artista
resalta en su ser, y casi sin proponérselo, llega a inquietarnos si le
prestamos la atención que se debe. Es una inocencia rebelde por naturaleza que
se aborrece o se adora o también puede ser ambivalente.
Dibujante
innato que despuntó con la tinta china y el plumín una obsesión deslumbrante
casi neurótica, con ayuda del insomnio y las noches, dedicó sus horas a
componer una vasta obra llena de destellos para resaltar a lo largo de todos
los años de su vida. En esta oportunidad se puede apreciar su acercamiento a la
pintura digital para embellecer sus ambientes, con un toque del estilo comic
que no desentonarían en cualquier contratapa de los diarios porteños que se
imprimen.
Su
humor insobornable es psicodélico, ácido, irracional, humano, sátiro, pendejo
hasta la irreverencia, inteligente. Puede arrancarnos una carcajada con un
baile, una cara, un grito gutural que se extiende de más en el espacio, un
gesto indefinido. La vida de sus personajes se basa en la vida de la ciudad, en
prototipos que fueron compuestos por el arte y la cultura que hicimos nacer. El
ojo de Joaquín Barragán es un laser que atraviesa a los personajes que viven
dando vueltas por algún barrio, un bar, un callejón, un cementerio, un concepto
hecho moda, una habilidad determinada, una locura hecha vida, una filosofía que
se puede leer en imagen.
Juan Ignacio Barragán Fuentes